Antes de comentar Uyuni, vamos a explicar cómo es el paso
fronterizo Argentina – Bolivia.
La Quiaca, último pueblo argentino, no tiene nada especial.
El autobús te deja en la estación y hay que ir caminando unos 500 metros hasta
inmigración argentina en la frontera para que te hagan el trámite de sellar la
salida. Después hay que esperar de nuevo a que inmigración boliviana te selle
la entrada (este segundo tramite nos lo facilitaron evitándonos la espera).
Mientras esperas se puede vez cómo la gente cruza ilegalmente andando el río (aún seco) que hace de frontera natural. Este proceso es mejor hacerlo a pie, ya que si lo haces en autobús se alarga más. Es decir, lo mejor es ir en un
autobús hasta La Quiaca, cruzar a Villazón (primer pueblo de Bolivia) y de ahí
tomar otro transporte a donde se desee.
Tras muchas prisas y ganas por llegar a Bolivia por el
asunto del dinero, cuando intentamos sacar dinero del cajero en Villazón no lo
conseguimos. La solución que tomamos fue hablar con la policía fronteriza y
comentarles la situación pidiendo pasar de nuevo a Argentina a sacar dinero y
volver a Bolivia. Así hicimos, como si no pasase nada volvimos a salir y entrar
en un país y en otro sin ningún tipo de registro. La frontera es muy flexible.
Otros viajeros nos comentaron que hace algún año atrás pasaron la frontera a
Bolivia sin trámite alguno alegando que iban a buscar un hotel y volvieron tres
semanas después sin tener el menos problema.
Aunque no es muy recomendable pasar la noche en Villazón ya
que no tiene ningún encanto, a nosotros no nos quedó otro remedio y nos
quedamos en un alojamiento cercano a la estación por 40 pesos bolivianos. La
verdad es que lo único que lo hace recomendable es el precio (lo más
económico). Tanto la cama como los baños supusieron una toma de contacto con la
realidad del hospedaje en Bolivia.
Al día siguiente temprano en la mañana salimos a Uyuni.
El autobús que iba a tardar 8 horas, finalmente tardó 10.
Todo tiene su explicación: el camino no estaba asfaltado, hizo una parada de
algo más de una hora para almorzar y el autobús se averío varias veces. No nos
podemos quejar, al día siguiente una lluvia torrencial inundó los caminos de
acceso a Uyuni, demorándose 18 horas el mismo viaje, a lo que hay que sumar el
overbooking que hacía a cerca de treinta personas viajar en el pasillo del
autobús.
El desierto avanzaba a medida que nos internábamos en el
departamento de Potosí, aunque a veces lo que parecía un colorido paisaje, si
te fijabas bien, era un campo de bolsas de plástico amontonadas con más basura.
En general, en Bolivia no hay mucha concienciación en cuanto al reciclaje o al
respeto medioambiental.
Al llegar a Uyuni nos encontramos con la ciudad empantanada
por la lluvia lo que hacía dificil transitar por ella para encontrar alojamiento.
Terminamos en “el mañanero” por 45 pesos cada uno con ducha incluida, en
teoría. Lo cierto fue que a la mañana siguiente la señora aseguraba que nos
habíamos duchado la noche anterior y como solo teníamos derecho a una sola
ducha no nos abriría las duchas. Después de mucho discutir conseguimos colarnos
para darnos una ducha rápida.
Ese día, después de solucionar el tema económico nos
dedicamos a buscar la excursión al Salar de Uyuni. Fue cuando nos dimos cuenta
de que con la temporada de lluvia el salar está inundado y tiene una capa de
agua que produce un efecto espejo precioso. Por el contrario parte, el agua
impide llegar más allá del Hotel del sal situado en los primeros 3km aprox. Teniendo
en cuenta los 10.500 km cuadrados del salar, nos decepcionó un poco.
La excursión que ofrecían era de un día, unas 5 horas.
Primero se visitaba el cementerio de trenes cercano a Uyuni donde se podía ver
los restos de las entrañas de los primeros trenes a vapor.
Luego se iba hasta el pueblo de Colchani, donde se procesa
la sal extraída y hay una feria de artesanía en la que se pueden encontrar
figuras de sal. Se entra en el salar, hasta llegar a las montículos de sal,
donde ya se puede apreciar las dimensiones y la grandiosidad del lugar.
Por ultimo nos internamos hasta el antiguo hotel de sal que
hoy en día es un museo. Allí se pudimos disfrutar del maravilloso efecto espejo
propio de esa época.
Las sensaciones fueron intensas desde el inicio. Ver las
formas hexagonales que hacía la sal en el suelo, las cantidades inmensas de sal
que pisábamos con los pies descalzos ya son por sí solas increíbles. Pero ver
el cielo reflejado completamente en el suelo te da una impresión de levedad a
la par que de desorientación incomparable, única. Aunque sea algo caro,
recomendamos por completo hacer la excursión, no conformarse con ir en autobús
a Colchani (que es otra posibilidad).
Tras ver el Salar no
había mucho más que hacer en Uyuni así que nos fuimos rumbo a nuestro
siguiente destino: Sucre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario