Alemanía y Salta.
La excursión a la
quebrada de las conchas nos dejó en la última parada que suelen realizar: la
garganta del diablo. Allí mismo, en la ruta 68 que une Cafayate con Salta,
paramos al colectivo para que nos llevase a Alemanía por 12 pesos argentinos cada uno.
Alemanía, en sus
mejores tiempos, fue un pueblo por el que pasaba el tren, formando parte de la
ruta comercial del noroeste argentino. Cuando en los años 60 dejó de pasar por
allá el tren, el pueblo fue vaciándose hasta quedar las tres familias que actualmente
lo habitan. Las montañas, el río, la verde vegetación, la inmensidad de
estrellas que se ven a la noche y el peculiar puente inglés conforman un
escenario muy agradable, casi místico. La acampada allí es muy fácil ya que la
antigua parada de tren mantiene los baños y una llave de agua, además en Argentina se puede hacer fuego casi en cualquier parte lo que puede ser útil si
tienes un cazo y algo para cocinar a mano; y además todo gratis :)
Tras una velada
nocturna con cancionero y guitarra incluido a la mañana siguiente después de un
refrescante baño en el río nos pusimos en marcha, rumbo a Salta.
Llegamos a Salta en una típica furgoneta Volkswagen de los hippies gracias a un alemán y una
brasilera que estaban viajando por latinoamérica y amablemente nos llevaron hasta el dique Cabra
Corral desde donde se puede tomar un colectivo interurbano por 12 pesos argentinos
que te lleva a Salta dejándote en la plaza central.
Al llegar a Salta
nos alojamos en un hostal que a pesar de ser muy básico y caluroso tenía una
azotea en la que se veían los tejados de ciudad, la cúpula y el campanario de una
de las iglesias coloniales. Ese día solo nos dió algunos quebraderos de cabeza el tema económico, ya que al sacar dinero del cajero nos hacen el cambio oficial
(1 euro = 8,89 pesos argentinos aprox) que compensa menos que el extraoficial
(1 euro = 12 pesos argentinos).
La mañana del 31
de diciembre la pasamos haciendo cola en los supermecados porque estaban llenos
de gente haciendo las últimas compras de nochevieja. Apenas pudimos ver el pintoresco mercado
lleno de puestos en los que se vende cualquier cosa.
Por la tarde
dimos un paseo por el parque San Martín que va hacia la terminal de autobuses,
donde hay un pequeño mercado de artesanía y productos típicos, un lago con
patos, el museo de ciencias naturales y el teleférico que sube al cerro San Bernardo. Nosotros decidimos subirlo andando, los 1020 escalones, en compañía
de un perro que nos acompañó tanto a la subida como a la bajada, muy simpático. Allí vimos
atardecer y el comienzo de los fuegos artificiales típicos del día. A las 20:00 hora argentina (00:00 hora española) nos felicitamos el
año, teniendo presentes a todas las personas queridas mandando buenos deseos de
año nuevo.
Para cenar, en el hostal cada una de las que estábamos alojadas allá cocinamos un plato que luego compartimos entre todas brindando a las
00:00 hora argentina y deseándonos un
feliz año viendo desde la azotea los innumerables fuegos artificiales que se
lanzaban desde todas partes de la ciudad.
Nuestro ritmo imparable
de viaje nos dejó sin energía para salir por las peñas de la calle Balcarce famosa
por su ambiente fiestero. Como nos acostamos relativamente pronto, al día
siguiente pudimos pasear por las calles vacías de Salta, viendo tranquilamente
las fachadas de sus bonitos edificios, muchos de ellos coloniales. Decimos la
fachada por que, obviamente, estaba todo cerrado. No había mucho más que hacer
en Salta, ya que la quebrada ya la habíamos visitado desde Cafayate, el tren de
las nubes es excesivamente caro y a Salinas Grandes no fuimos debido a que más
adelante iríamos a otro salar más grande aún en Uyuni, Bolivia. Otra opción era
ir hacia Cachi, pero nos desviaba un poco y nos comentaron que era similar
a Cafayate. Decidimos seguir nuestro camino, así que a la
tarde, un colectivo por 90 pesos argentinos por persona nos llevó a nuestro
siguiente destino: Tilcara.
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